Introducción.
¿Ayudaría en algo decir que no eres merecedor de nada? Asimilando eso, al menos podrías hacerte
una idea de lo que viene luego. Sin echar culpas a personas ajenas o a ti mismo. Porque, nada está
realmente en tus manos. Si insistes en ver algo, lo harás, pero solo será un peso aparente. Lleno de
esperanza, o tristeza que va a permitirte darte un valor que en verdad no tienes.
No estoy convencido de nada, por ello no tengo la habilidad de persuadirte. Al igual que tú, me
falta comprensión sobre mi propia existencia. Solo llevo conmigo la ligera esperanza de que puedas
creerme, para acceder a quitarte esa carga tan pesada e ilusoria que llevas en ti. Que cuando
hable, no me interrumpas, y cuando me escuches, no lo hagas solo para responderme.
Ojalá pudiera mentirte. Ojalá pudiera equivocarme.
Escucha.
I. Negación e ira.
Se preguntaba si era real. Sus alas.
Su respiración era lenta, pero su ritmo cardíaco volaba. Intentaba procesar lo que sus ojos
contemplaban: la mujer se acababa de convertir en ángel. No era posible, pero lo estaba
presenciando.
- Maldición, Marion… -dijo él cuando pudo observarla de cerca.
Estaba tirada entre las rocas, vencida. Su cuerpo cubierto de manchas oscuras y sus piernas llenas
de moretones, ensangrentadas, le indicaban la clara derrota. Él se agachó para tomarla en brazos,
mientras que intentaba procesar la imagen lo más rápido que podía. Debía, una vez más, llevarla a
casa tras otro fracaso, pero este era diferente. Este la había transformado en algo que la
naturaleza no lo permitía, y sin embargo, el muchacho luchaba con el peso adicional que las alas
plateadas le otorgaban al cuerpo de su amiga.
Antes de empezar el retorno, puso a Marion en el suelo y se echó a su lado, la jaló del brazo dando
un brinco que la puso boca abajo sobre su espalda, con sus manos alrededor de su cuello. Tomó la
soga que traía en el bolsillo, la puso alrededor de ambas espaldas, hizo un nudo en su pecho, puso
lo que quedaba alrededor de las piernas de ella e hizo un nudo contra su propia cintura. Se
aseguró de mantenerla segura. Bajó los pisos de la gigante torre hasta que pudo llegar a la entrada
que daba al mar, la Luna estaba iluminando fuerte, pero la cueva que se formaba en la entrada de
la torre parecía un agujero en el espacio, y solo se aventuró a ubicarse con el tacto hasta alcanzar
el agua. A esas horas de la madrugada las olas se hallaban en paz, el sonido que producían era
tranquilizador. La torre se percibía de manera monumental, suerte que a él no le atemorizaban un
par de rocas agrupadas, y un par de gotas remeciéndose a la oscuridad de la noche.
- Las alas están geniales, pero ahora es como cargar un maldito caballo.
Ella continuaba inconsciente, mientras toda su cabellera se posaba suavemente entre sus nuevas
alas. Él estaba preparado para realizar el viaje. Se metió al mar lentamente y empezó a agitar las
manos mientras llevaba a Marion sobre sus hombros. La distancia era prolongada, la resistencia le
sobraba, pero el nuevo peso que cargaba hizo que su esfuerzo tuviese que multiplicarse veinte
veces más. La marea golpeaba tranquilamente a su beneficio, cargar a Marion era como cargar un
ancla, lo cual hizo que a la llegada estuviese completamente exhausto.
No sentía sus brazos ni sus piernas. Se apresuró en soltarse de Marion y dejarla echada a un lado.
Se lanzó sobre las rocas, casi sin respiración, observándola: profundamente dormida. Se
preguntaba, en su cansancio, la clase de pelea que habría dado para haber terminado tan herida, y
sobretodo, qué detonó que esas alas nacieran.
Entre tantos cuestionamientos, se despertó. Había pasado cerca de una hora, el mar comenzaba a
agitarse poco a poco, y todo parecía más brillante. El amanecer se aproximaba. La energía de su
cuerpo se había vuelto a llenar, logrando ponerse de pie para poder cargarla una vez más. Llegó a
su caballo y partieron de retorno al pueblo.
La madre solo lo observaba detenidamente. Estaba impresionada. Tomaba la mano de su hija
menor, quien estaba al borde de un colapso mental con el cuerpo tembloroso, pero la soltó para
ponerse de pie y acercarse al muchacho que traía a su hija mayor en brazos, ensangrentada,
maltratada, pero renacida en forma de ángel.
- Alba, ve a preparar la tienda para tu hermana. –dijo suavemente, si voltear a mirarla.
- ¿Va a estar bien? –intentaba, sin éxito, guardar sus lágrimas.
- Ve. –ordenó.
La hija menor salió de la casa a cumplir la orden de su madre, mientras ésta miraba fijamente al
muchacho, atónita. Acercó su mano con cierto temor, pero finalmente la posó sobre el ala
izquierda de su hija mayor. Las plumas se veían brillantes, grises, pero eran ásperas al tacto. Lucían
opuesto a lo que se sentían.
- …Deberíamos llamar a los curadores. –dijo con la respiración agitada, cansado por el viaje.
– ¿que ellos no lo saben todo? -Ella no dijo nada mientras observaba a su hija, pero luego
posó la mirada en Bronn y dijo:
- Alba es de los que nunca se equivocan. –dijo con una expresión tensa en su rostro.
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